jueves, enero 20, 2005

Fue una gélida bomba el saber que mi presencia no era más necesaria. Un estupor. Frío y caliente. Después del golpe astuto del silencio, el factor sorpresa. La noticia que se descubre, no la que se da, se des-cu-bre. Entonces uno calla. ¿Para qué las palabras si los hechos no han sido capaces de decir nada. Se calla y se respira. Se intenta eliminar el sopor, el temblor interno del torso, la angustia moderada. Se guarda la calma. Después de treinta, cuarenta, cincuentaycinco minutos se remite la idea al cajón de las cosas despreciables y no se saca de ahí más. Otra vez se ha sobrevivido al dolor. Otra vez y de nueva cuenta.

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